La
revolución es el desastre, es lo que tiene que ser, es el desbaratamiento
absoluto de una sociedad planetaria, de un sistema planetario y nosotros
estamos obligados a producir pensamiento en el marco de esa revolución. Es
nuestra tarea (como sepultureros), si así lo decidimos.
Pero,
por lo general, no queremos eso, queremos es caernos a coñazos, bueno tenemos
que inscribirnos en un partido, no estar aquí discutiendo, porque los partidos,
en nuestro caso, el PSUV está todos los días en medio de sus contradicciones en
la primera trinchera de la guerra. Ahora, no podemos estar orientando al PSUV y
estar también discutiendo aquí, porque eso es idiota. El PSUV tiene una
dinámica, el gobierno tiene una dinámica, puede que nosotros seamos militantes
del PSUV, como mucho de nosotros lo somos o inscritos, pero nosotros no estamos
en esa dinámica de pegar la propaganda de guerra, de ir para las reuniones, de
ir a las asambleas, de estar en eso, eso tiene una dinámica y es rápida, veloz,
es pegar la vaina, es llamar, es gritar, ir para la marcha, montarse en el
autobús, esa es la dinámica de la guerra, y los que están en el PSUV lo deben
asumir con entereza. Si se cuelan buscones, trepadores, intrigantes, traidores,
y todo lo que atrae el poder, eso también tiene que resolverlo es el PSUV.
Pero
esto que hacemos nosotros, tiene otra dinámica, este es el papel que nosotros
decidimos a gusto, por conocimiento. Asumir el papel de averiguar, hacer
análisis en el marco de la revolución y ser leales al directorio de la
revolución, no andar pidiendo cargos, ni criticando, ni aplaudiendo, ni jalando
bolas; votar, cuando hay que votar, marchar, cuando hay que marchar, estar
alertas en los momentos difíciles y aportar en lo que sabemos aportar, sin
andar cobrando cada acto o pregonándolo para que se sepa que lo hicimos. Este
papel de ser sepultureros, pasa por no ambicionar nada del difunto, no salvar
nada de él, aprender a vivir sin él, lo que nos lleva a comprender la
revolución de una manera particular.
Me
trajiste pa un plaguero
Una
revolución es, como decíamos el otro día, es como hacer un sancocho. Cuando
invitamos a una parranda de amigos para hacer un sancocho, ¿Quién viene? Bueno,
viene la mujer del amigo, la novia del amigo, el tío del amigo, el abuelo del
amigo, la abuela tuya, el tío tuyo, la madre, todo el mundo viene para ese
sancocho. Es el domingo estás invitado para el patio, está la madre olla y una
semana antes estamos discutiendo un poco e gente cómo va hacer el sancocho: “va
ser así, asao, y vamos a comprar pollo y vamos a comprar verduras y vamos a
comprar y tal” y todo el vainero y fulano pone y el otro quita y el otro da y
el otro trae un saco de yuca, el otro trae batata, y el otro tal.
Pero
el día que llega la vaina, que llega el domingo, a fulano se le olvidó traer la
yuca, el otro no trajo la auyama, el otro se le jodió el carro donde venía la
carne, el otro llega sin aguardiente, entonces empiezan a prenderse los peos en
medio de la vaina. Y primero se busca ponerse de acuerdo rápido, vamos a
recoger entre todos para comprar la carne porque el sancocho tiene que hacerse,
eso es una decisión, el sancocho debe hacerse, en eso estamos de acuerdo todo
el mundo. Se recoge, después que ya se compró verduras, aparece otra vez la
carne porque el tipo arregló el carro y la trajo y el otro se trajo el saco de
yuca, pero coño ya la verdura está picada, entonces empieza una batalla porque
¿quién va a prender el fogón?.
Entonces
salen los expertos prendedores de fogón, que si estudie fogonería en la
Sorbona, que yo en jarvar, que yo en osford, que el que le echa gasolina, el
que le pone plástico, el que le pone una vela, el que hecha chamizas, el que
trae ventilador, el que lo prende como boyescaut, el que lo hace
ecológica-en-la-mente.
En
fin, toda la gama de carajos que tienen una opinión sobre la vaina y en medio
de todo eso están los gorreros: el gorrero que se las sabe todas, el que llega
“¿va a querer el traguito?”, “déjeme que yo le prendo ese fogón”, pero el tipo
no pone medio, nadie lo conoce, pero se hace amigo de todos, y no te jode la
parranda, no trajo verdura, no trajo leña, pero el tipo se instala. El gorrero
que no afecta, porque es el que reparte el trago y si se acaba va, le dan el
dinero y lo compra y “deme que yo le friego el plato” el de los chistes
oportunos, que se hace imprescindible. El que cuando se nota inoportuno usa su
frase remienda capote “no me regañes, oriéntame” El gorrero chévere, que no
ladilla el sancocho, ni va a fastidiar de que “póngale esto”, el sabe de que
eso no lo puede hacer. Pero está el otro gorrero, que sabe todo, no pone un
coño y a todo el mundo quiere mandar, “hagan esto”, “pongan aquello”, “pero
porque pusieron esa leña allá”, “que bolas, no trajeron las topias” “esa olla
no sirve” “en la casa de fulano hay una olla arrechísima”, “esa vaina tienen
que hacerla con una bombona de gas”, esos son los que ladillan en la partida y
todo el mundo dice “maldita sea, ¿este quién lo trajo?” y el que corta la leña,
“vete pallá chamo que te puedo dar un machetazo”.
Entonces,
estalla la candela, empieza a hervir el agua, se le echa el coñazo de verduras,
los que dicen que primero la carne, los otros que no, que primero la verdura,
que mi abuela lo hacía de otra manera, que la madre dijo, que mi tío siempre lo
ha hecho, todo ese gentío metido opinando en el sancocho e intentando imponer
su forma de preparar el sancocho y llega un momento en que se termina echando
la verdura, la carne. Después está el peo de cuando ablanda la carne, quien se
dedica, hasta que unos carajos terminan dedicándose, manteniéndole la leña al
sancocho. Ya saben que eso tiene que mantener leña, no les importa otra tarea,
ellos lo que están es pendientes, con el gorrero que les trae su trago a ellos,
no les interesa más nada, decidieron que esa era su tarea en medio del sancocho
y están contentos. De vez en cuando pegan un grito, llaman, se instalan a
conversar un ratico por ahí, pero siempre pendientes de la leña del sancocho.
El otro que sabe de la verdura, después de una gran discusión, toda la parranda
aceptó que había un tipo que era el que iba a encargarse del sancocho cuando se
ablandara la carne.
Entonces
se ablanda la carne, le echan las verduras, dura un tiempo y el hambre empieza
atacar, el trago de ron rascando gente, los carajitos corriendo, y comienza,
otra vez, la ladilla, “oye ¿y esa vaina no va a estar?”, “¡Naguevoná!, ¿Pero quién le está metiendo leña a ese
fogón?” y el gorrero coño e madre, “es que yo lo dije, esa mierda no es así, si
estuviera en un reverbero hace rato estuviera hecho”. El gorrero aprovecha cualquier
malestar, propio de hechos colectivos donde todo el mundo puede opinar, y
ladilla todo el día, que si él tenía razón, que él si sabe cómo es la vaina.
Y
todo el mundo a pasar por la olla, “pero esto no hierve, pero métanle más
leña”, “¿ya le echaron los aliños?” los carajitos chillan, joden, lloran, la
mamá “¡que yo me voy pal coño!” “¡Que yo sabía!”, “¡que ¿para qué me trajiste
pa esta mierda!”, la tía, “¡que bolas! me trajiste pa' esta guevoná”, el novio
de la hija “chama eso si tarda”, la novia “papi cómprame una hamburguesa”, la
amiga, “¿pa' dónde me trajiste?, ¿pa' este plaguero?”.
Que
sancocho tan bueno
Es
incómodo, la vaina es incómoda que jode, porque no conocemos la vaina, no
sabemos para dónde vamos, nos dicen que la vaina va a ser de pinga, porque en
la ilusión y la esperanza vemos el sancocho, un mata-hambre, la tasa, el
humito, el sabor agradable, el vestido de la abuela, la hediondez a humo del
tío, todo ese nostalgiero es lo que se nos viene al cerebro, una vaina sabrosa,
agradable, pero nadie piensa en la preparación del sancocho, que también es el
sancocho, que de otra manera no existiría el sancocho, bueno y la vaina va
lenta, suave, que no sabemos para dónde va, si hervirá, si alcanzará la leña,
si no alcanzará, si el que pone la leña se va a cansar. Todo eso está ahí, eso
es el sancocho.
Hasta
que empieza a hacer “pló-pló-pló”, le echas la sal, ya todo el mundo está
calmado, hasta que empiezan a repartir las tasas; cuando la gente ve las tasas
se olvida de todo lo anterior, “¡aquí está la tasa mía!” Y hace su cola
callaíto, tocándole un estribillo con la cucharilla a la totuma, ya ahí el
gorrero chimbo, tiene que callarse la boca porque no juega ningún papel, el
otro gorrero sigue repartiendo sus tasas. Cuando la gente terminó de comer el
sancocho, “¡coño!, ¡que sancocho tan bueno!, ¡El domingo que viene hacemos
otro!” y eso va a ser el mismo peo el domingo que viene.
Así
ocurre una revolución, el problema está en que no son iguales los sancochos,
como no son iguales las revoluciones, cada revolución que va a ocurrir, va a
ser distinta. Ésta, por supuesto, es distinta, ésta tiene otras
características, es mundial y por tanto es un poco más complicada que las
anteriores, la diferencia es que una revolución no se repite para que podamos
corregir los errores.
Dentro
de una revolución ¿Qué papel jugamos? El del gorrero chimbo o el del gorrero
lacra, el que pone la leña, el que pica la verdura, el que arregla los aliños,
el que ablanda la carne, ¿qué papel jugamos? Porque la revolución son hechos
colectivos, no son hechos individualizados, no los dirige nadie en particular,
puede que en algún momento un sólo carajo esté poniendo leña, puede que en
algún momento un sólo carajo ablande la verdura, pero normalmente es un hecho
colectivo, así es ésta revolución, no es distinta a las demás en cuanto a
dificultades se refiere.
El
humanismo, la zanahoria que nos ha movido
En
las revoluciones anteriores bastaba y sobraba con fusilar gente y se creía que,
con eso, se acababa la corrupción, se eliminaba el sistema, pero el tiempo nos
ha dicho, la historia nos ha dicho, que no es verdad que fusilando, torturando,
metiendo preso a gente resolvemos los problemas. El problema está, lo grita
ésta revolución, en que estamos obligados a desmontar el concepto que sostiene
a esta cultura, debemos desnudar al humanismo, la zanahoria que nos ha movido
toda la vida a millones de pobres para alcanzar una condición de vida,
imposible sin que cada uno tenga miles de esclavos a su servicio.
¿Eso
lo sabemos en este momento? ¿El cómo? No, eso no lo sabemos y no nos caigamos a
coba, ni tratemos de lacerarnos el cerebro intentando, no nos desesperemos con
eso, estamos haciendo una buena tarea, desarrollando un buen trabajo, vamos a
seguir intentándolo. Ahora desprendámonos de buscar soluciones o de dar
soluciones mágicas, el planeta está cansado de los harry poter (con sus
análisis mágicos), no seamos el gorrero malo dentro de esta revolución, no
apretemos varita, no seamos los señores frodos de la jugada (los salvadores de
la colina), sumémonos, zambullámonos en ella y produzcamos lo que tengamos que
producir.
Los
hechos son la palabra exacta
Entendamos
algo, en una revolución no son las palabras las que resuelven los problemas,
son los hechos, nosotros estamos obligados a hacer, pero no repitamos
conceptos, no intentemos salvar al planeta, no intentemos salvar a la gente, no
intentemos salvar a los ríos, ni a las montañas, ni a los mares, ni creer que
el mundo andará limpio, ni que los hospitales funcionarán bien, ni que la gente
no va a consumir más drogas, no intentemos eso, porque la vamos a cagar.
Porque
cada una de esas buenas intenciones se volvieron oficios, el oficio de la
cultura popular, el folklore, el oficio del rapero, el oficio del picador de
aliño, el oficio del asesino, el oficio del redentor, el oficio del defensor,
cada uno de esos es un oficio dentro del capitalismo, no seamos obreros más, no
seamos esclavos más del capitalismo, no intentemos, en ésta revolución, salvar
cosas, tratemos de ver globalmente y de crear un pensamiento paralelo, que
tiene que ver con la experimentación, con la investigación y con la difusión de
eso que vayamos haciendo, esa es nuestra tarea.
Muertos,
comidos por los gusanos
No se
puede soñar la otra cultura con lo bueno de esta, con el disfrute, con el
placer, con la droga de esta, debemos saber que la otra cultura la construirán
otros y, a lo sumo, sólo podemos soñarlos. Donde nosotros no vamos a tener
absolutamente nada que ver, porque vamos a estar muertos, absolutamente muertos
y no estamos hablando en términos figurados, literalmente muertos, secos,
huesos blancos, comidos por los gusanos, occisos, en el chasis.
Saquemos
la cuenta de cuántos años tenemos, sabemos que dentro de 100 años no vamos a
estar. Ahora imaginemos que nuestra gran tarea, nuestro gran placer, nuestra
gran alegría es contribuir, no a matar al capitalismo, no a eliminar ninguna de
sus lacras, de sus enfermedades, porque esa dinámica ya está ocurriendo por la
propia dinámica revolucionaria de descomposición, sino a invertir la vida,
porque decidimos individual y colectivamente dedicarle la vida, a crear otro
concepto donde estarán los otros. Porque individualmente estamos eliminados,
culturalmente estamos eliminados, el individuo que crea que puede hacer una cosa,
va hacer cualquier cosa dentro del capitalismo, no lo va hacer fuera, ni lo va
hacer en paralelo.
Nada
está dejado al azar
La
única opción está en lo colectivo, en que lo hagamos colectivamente. Pero
nuestras ambiciones están alimentadas con la ilusión del capitalismo, todos los
días. La gran contradicción de la clase es que cada uno tenemos nuestros
propios planes miserables, por creer que uno si va a coronar, que puede
utilizarse a todos nosotros para el corone propio. Cada uno andamos en esa jugada,
sin entender que juntos es, como podemos lograr crear la otra idea, el otro
concepto. No nos preocupemos en este momento cuál es, si no que en el
cuestionamiento va a ir apareciendo.
Nuestra
tarea es seguir cuestionando y construyendo, desbaratando y construyendo, ahí
aparecerá lo que tiene que aparecer. Pudiera decirse “ah, pero eso es dejarlo
al azar”. No, eso no está dejado al azar, porque tenemos un plan, estamos
discutiendo, diciendo, “vamos a construir en paralelo, crear un poblado, un
centro de investigación, que vamos a prepararnos para difundirlo, si en el
marco de eso no aparece una manera de
vivir juntos, es porque el esfuerzo que hicimos para seguir siendo individuos
fue demasiado arrecho”.
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