Con
la moneda del dueño, con esa se puede pagar en el mundo entero, es la misma
lógica de la hacienda que tiene su propia ficha de canje, pero llevado al mundo
entero. Las únicas monedas son el dólar, el euro, el yuan o el yen, porque son
pocos los dueños, los máximos dueños, es el mismo principio. El planeta entero
es una hacienda, por eso la inflación, la especulación, eso no tiene solución,
ni que vengan cien millones de economistas, contadores o administradores, ni
magos, ni académicos, ni que la estudien de mil maneras.
La
solución está en quitarle la hacienda al dueño y experimentar. El
directorio revolucionario en la medida
de lo posible, pudiera estudiar la opción de realizar experimentos de distintos
tipos, a fin de promover el pensamiento sobre la necesidad de la otra cultura,
debe desarrollar planes a cinco, diez, veinte, treinta años, de acuerdo con lo
planteado. Planes donde el objetivo no sea el logro del beneficio financiero,
la acumulación de la plusvalía, los resultados ya conocidos. Donde, por
ejemplo, la comuna no sea sólo una unión de barrios, sino un experimento en
territorio nuevo, con una determinada cantidad de gente, con planes productivos
que asuman casa, comida, ropa, sistemas de salud distintos a hospitales, clínicas
u otros ya conocidos en el capitalismo, sistemas de estudios fuera de la lógica
de la compraventa; experimento sobre la administración y el trabajo colectivo.
Por
otra parte, en el entendido de que esos experimentos están o corresponden a una
etapa de transición, y que su financiamiento debe asumirlo el directorio
revolucionario, no es posible construir
la otra cultura por vía del trabajo voluntario, sino por financiamiento
generado por la plusvalía que nos roban los patrones a nosotros los pobres, los
que trabajamos y que producimos la riqueza que no las roban, a través del
sistema capitalista de producción.
El
socialismo debe ser financiado, no sigamos administrando al capitalismo, no
sigamos entregando la vida al moribundo, somos los pobres quienes mantenemos al
putrefacto, dejemos de hacerlo. Es el tiempo del comencemos a trabajar para
nosotros mismos y lo que se dé ahí, no tiene que estarse vendiendo, eso es de
la gente que trabajó.
Como
decía un amigo en las costas del Orinoco: nosotros trabajamos estas costas,
sembramos algodón, sembramos yuca, sembramos granos, todo lo que se da en el
verano y, bueno, eso es nuestro, mientras sembremos esa costa. Si dejamos, por
lo menos, un año de sembrar esa costa y viene otra gente y la siembra, es de
ellos y eso es lo correcto. La tierra no es de nadie, la tierra es de quien la
trabajó en ese momento. No es que le pertenece, le pertenece el producto de su
esfuerzo, pero no la tierra.
¿Cómo
la tierra puede ser de alguien, si la tierra existía antes que nosotros existiéramos?
Por el contrario, somos de la tierra, que es distinto, ahí es donde nosotros
tenemos que conversar y profundizar como pueblo esas conversaciones. Así era
todo, antes no existían ni celulares, ni blacberrys, ni camionetas, ni
tractores, nada de eso existía y por eso la gente no dejó de vivir.
¿Qué
pasa? que para mantener ese mundo de maquinarias, tenemos que destruir la
tierra. Y ¿Qué es lo que estamos destruyendo? ¿Al planeta? No, porque el
planeta es un circuito cerrado, de aquí no se va el agua o el aire, ni nada de
eso, lo que estamos destruyendo son las condiciones de vida que hacen posible
la existencia de nuestra especie.
Porque
si se hiciera una máquina no habría problema, el problema es que se hacen miles
de millones de máquinas, por la ambición que embarga a lo humano. Pero su
prepotencia nos hace creer que es lo demás lo que se daña y no nosotros.
Por
eso vemos los negocios de la hipocresía, sembrando árboles, criando peces o
reptiles, para y que recuperar especies o ríos o mares o montañas, cuando
detrás de esas fundaciones y ONG's, se esconden las grandes transnacionales
que, en función de sus ganancias, destruyen lo que consiguen a su paso y luego
se lavan la cara pagándole a los come flores su acción.
Porque
literalmente son un ejército que avanza desde hace quince mil años o más,
huyendo del hambre, el miedo y la ignorancia, que hoy le sigue justificando su
crimen y su robo. Sus aparatos de propaganda, ayer en nombre de dios, hoy en
nombre del progreso, la civilización y otras bolserías humanistas, justifican
toda la destrucción ocurrida. Nosotros en este tiempo revolucionario, bajo
ninguna circunstancia, podemos seguir avalando la destrucción de esos espacios,
sin entender que lo que debe desaparecer es este sistema de producción, que
para lo único que sirve es para acumular naturaleza muerta, con el sobrenombre
de riqueza.
Si lo
humano desapareciera, todos los ríos se recuperarían, serían limpios otra vez y
aparecerían pescados por todos lados. Los ríos esos que vemos en las ciudades,
llenos de mierda y de basura, esos se volverían a limpiar en cinco años. No
hacen falta ONG's, sino que el concepto humano de vivir, desaparezca.
La
segunda guerra europea del siglo XX, duró cinco años. Antes de la guerra no
había peces en los mares de Europa, como no hay ahorita. En cinco años de
guerra que no se pescó, terminó la guerra y volvieron a pescar en los mares de Europa.
Entonces
la discusión es ¿Cómo nosotros, que somos seres biósferos (que vivimos en la
tierra, sobre la capa vegetal), hoy vivimos
de la Litósfera (que está debajo de la biosfera, del petróleo, de la minería,
en su conjunto)?
Es que por ese afán de tener riquezas, los
humanos masificaron la guerra, y la guerra necesitaba grandes máquinas,
mantener ejércitos, desarrollar vainas arrechísimas, hacer puentes para cruzar
ríos, máquinas, para desviar ríos. Porque los criminales, ladrones, necesitaban
conducir ejércitos, para sorprender a otros criminales ladrones. O a culturas
que, no siendo guerreras, tenían abundancia de materias primas. O territorios
que le impedían su paso, para poder seguir invadiendo y destruyendo.
Así
desviaron ríos, dinamitaron montañas, quemaron bosques enteros, así destruyeron
todo y comenzamos a vivir de la litósfera, de la piedra, de lo que está abajo,
del mineral, para construir todas esas máquinas de destrucción, esas
ciudades-cuarteles de la guerra y esa vaina ha ido contaminando las condiciones
de habitabilidad de la especie.
Eso
tiene que ser eliminado. Nosotros no podemos pensar que es que la gente vive
así, no, no siempre la gente vivió así. Todo pueblo que aspira ser ciudad y
que, por una u otra razón, se desarrolla, inmediatamente empieza a ser
igualita, (la infraestructura, la distribución) a las demás que ya han sido
desarrolladas.
Y no
es porque la gente de San Carlos se puso de acuerdo con la de Barquisimeto, ni
la de San Felipe discutió ni diseñó el territorio junto a los de Valencia, ni
los de Punto Fijo con los de Maracaibo, sino que hay un esquema de desarrollo,
propio del capitalismo, que nos condena a repetir el mismo edificio, la misma
plaza, el mismo centro comercial, el mismo malandreo, el mismo parque y
cementerio, la misma licorería y botiquín, el mismo río cagao, el mismo barrio
abarrotao, la misma urbanización forrada en vigilantes y aparatos de seguridad.
Nosotros
tenemos es que diseñar una cultura amable, donde podamos vivir, donde podamos
ver a una persona pasar y saludarla, sin miedo a que nos vaya a dar una
puñalada, un golpe, un empujón. En los pueblos pequeños todo el mundo se conocía,
la gente no tenía miedo porque todo el mundo se conocía, pero en una ciudad
usted no conoce a nadie y usted anda, mas bien, “que no me miren, no vaya a ser
que un tipo me empuje, me dé una puñalá, me de un tiro”, porque la ciudad es
inhóspita; contraria a la gente, es la ciudad.
La
ciudad es, más bien, un gran anaquel con mercancía almacenada y distribuida por
su valor en el mercado. Una vaina monstruosa, llena de edificios mercancía,
llenos de gente mercancía, que acomoda, selecciona y cuenta mercancía; con
carreteras y autopistas mercancía, trasladando carros mercancías, llenos de
mercancías; mercancías que se colocan en estacionamientos mercancías, y
galpones mercancías y puertos y aeropuertos mercancías, llenos de mercancías;
todos ordenados por gente mercancía, que manda a gente mercancía; que luego de
exprimidas se alojan en casas mercancías; ubicadas en urbanizaciones y barrios
mercancías. La ciudad mercancía, es un inmenso galpón mercancía, donde nacemos
mercancía y morimos de una enfermedad mercancía, y nos entierran en un
cementerio mercancía, todos los días mercancía, persiguiendo el sueño
mercancía, de la zanahoria mercancía, humanística.
Entonces
las ciudades tienen que ser eliminadas. Ahora, ¿la va a eliminar el ciudadano,
tal como somos?, no, ¿la va a eliminar el gobierno sacando gente a la cañona?,
no, porque la ciudad no es un territorio, es un concepto que se volvió físico,
al igual que el capitalismo y, si mil ciudadanos se van a los coñazos de la
ciudad, por necesidad y no por conocimiento, lo más probable es que en cinco
años creen otra ciudad a donde lleguen.
Si a
nosotros nos preguntan si vamos a eliminar la ciudad, nosotros diríamos que no
sabemos cómo hacerlo. Si nosotros, juntos, empezamos con el ejemplo, esa gente
que se está muriendo todos los días en las ciudades, comienza a ver esos
ejemplos y comenzará a decir: “yo no quiero seguir trabajándole a un dueño”, no
quiero estar más en una fábrica, yo quiero vivir como viven esos carajos,
trabajan menos que yo, no le deben a nadie, no tienen deuda y viven bien,
porque tienen gallina, porque tienen pescado, porque tienen chivo, porque
tienen ovejo, porque tienen pato, yuca, ocumo, auyama, limón, lechosa, porque
tienen comida, tienen unos telares que se pueden hacer de madera sin mucha
complicación, para hacer el vestido, para hacer alpargatas, para hacer el
chinchorro, vamos a ver cómo es la vaina”. Y cuando venimos a ver, se quedan,
buscan fundar, porque a cada uno de nosotros nos vino llamando el ejemplo, no
otra cosa. Es la ética en el cuerpo la que fortalece una idea.
Es
definitivamente el ejemplo lo que podrá permitir comparar cuál es la vía que
queremos como país. Es el ejemplo, lo que nos permitirá construir una opción.
No
más humanismo como guía, inventemos con el cuerpo pleno la otra cultura. Todo
está por conversar, todo está por construir. Que el miedo no sea más cadena. En
lo por nacer, que la consigna sea el cuerpo en trabajo y el dogma, la realidad
cotidiana en revolución.
En
adelante, soñemos sobre el territorio, sin las miserias humanistas, soñemos sin
el látigo en la espalda ni en la mano. Soñemos a los que no conoceremos,
soñémoslos fuera de la tragedia que ha sido el humanismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario