domingo, 28 de septiembre de 2014

Introducción

Cuando despertamos de la pesadilla,
ya sabíamos que los humanos
nos habían soñado como esclavos,
en medio de su más plena y maravillosa libertad.


Somos los pobres. Nacidos hace más de quinientos años en este territorio, que llamaron los de afuera, Venezuela. Aquí los foráneos y sus descendientes nos instituyeron como esclavos. Sin duda nos sentimos hermanos, de los hermanos esclavos de todo el planeta, no importa que se llamen o nos llamen: gerentes, obreros, técnicos, científicos, campesinos, intelectuales, profesionales, artistas; por encima de toda ideología nos reconocemos hermanos en la explotación y las derivaciones que ello implica.

Pudimos haber surgido en París o Pekín, en la Conchinchina o en Oporto, pero fue aquí donde nos construyeron esclavos. En este territorio, nos arrancaron de raíz todas las culturas que nos antecedieron y sólo nos queda el remedo y la posible intracultura. Aquí los dueños nos herraron con nombres de muertos, nos impusieron lenguaje, arte, religión, oficio, manera de pensar y trabajar, visión del mundo, nos hicieron imitadores temerosos, buscando siempre la aprobación del dueño, del amo, del foráneo con poder, adoradores compulsivos del afuera, condenadores y negadores del adentro. Nos enseñaron la división y el odio entre nosotros, la mentira y el engaño, el pensamiento mágico como solución a cada problema, nos acostumbraron a la pedigueñería como modo de vida, rebajándonos la dignidad casi a cero.

De ellos aprendimos a robar y asesinar por necesidad y acumulación, nos enseñaron el egoísmo, la prepotencia y, por sobre todas las cosas, la propiedad privada hasta de la mirada; la que se nos metió en los tuétanos. De aquí se llevaron lo necesario para acumular la riqueza, de aquí la riqueza para su parafernalia y boato sin peste ni epidemias y, de allá, toda la miseria de la cultura occidental se nos trasladó, contaminándonos hasta el paisaje. Pero lo que más nos dañó, fue la capacidad para pensar con cabeza propia.

Aquí la partida de nacimiento del capitalismo y su acta de defunción; aquí ya no más la tierra plana, ni la existencia de dios; aquí su gran mina cuadriculada, sin importar las sinuosidades vivas de los ríos, las honduras de las lagunas, ni la altura de las montañas; para eso los mapas y las maquinarias aplanan. Aquí su decadencia, su entierro.

Pero aquí también, el nacimiento de la revolución del siglo XXI.

Y es desde aquí, desde donde nos haremos universales como gente, donde nos despojaremos de la esclavitud, aun cuando la guerra se libre en todo el planeta,  los ojos de los esclavos del mundo están aquí, con sus sueños, cuerpos y cerebros; aquí los ojos de los dueños con todo su odio y su deseo de exterminarnos.

Por eso debemos inventar, porque sino la fuerza de la costumbre nos devolverá a sus corrales. Porque copiar lo existente, sea de aquí o de afuera, nos mantendrá esclavos, a menos que sigamos creyendo el cuento de la individualidad clase media de que “a mí nadie me manda, yo soy libre” o que pensemos que la creación es un acto mágico individual en donde nadie debe meterse, creencia de los artistas burgueses. Partimos de que lo aprendido pertenece a la cultura esclava, que tenemos como costumbre la aceptación de lo extranjero como lo bueno, que nos incapacitaron para pensar como gente de este territorio, que no podemos aceptar que somos de aquí, que necesitamos ser valorados desde el afuera, que nos costó aceptar que Chávez era Chávez, que era como nosotros, que siempre añoramos que fuera un blanquito, que nuestros ministerios  están llenos de asesores de todo tipo, todos ellos de otros países; no estamos en contra de que vengan a este territorio a vivir la experiencia de la revolución que nos ocurre e involucra, lo que deseamos es que nos acompañen desde la escardilla, el pico, el corazón, la pala y la mente. No desde el lenguaje de poder que conocemos. (Entendiendo el aporte a la seguridad del estado revolucionario)

Este tiempo nos obliga a partir del adentro, tener la humildad de reconocer el no saber, saber que cuando copiamos lo que sea sin el ser nosotros, sólo seremos, ellos, lo copiado; no importa que tanto sea lo copiado, lo que importa es que tanto es lo que hacemos. Para ser lo soñado, necesitamos inventar; ¿Qué sentido tiene nombrar a Simón Rodríguez con su “inventamos o erramos” si no somos capaces de pensar por cabeza propia?, ¿para qué decir chavista si todo lo queremos imitar?, ¿para qué nombrar a Bolívar si las dificultades, el desprendimiento y la voluntad, necesarias para emprender, nos asustan y preferimos la comodidad de lo existente?

En estas conversas-lecturas, no encontrarán orillas salvadoras, sino fango, charco, barro, arena movediza, abismo oscuro o luminoso que encandila y enceguece de la pura y simple ignorancia. Obstinación absoluta para pensarse de otra manera.

Estas conversas, es voz de pobres, por primera vez, no quejándonos, no lloriqueando, no pidiendo, no adulando, no escondiendo, ni hablando el doble sentido de la crueldad humorística para espantar el látigo cotidiano, ni emitiendo el grito destemplado para superar la ignorancia del no sabernos, ni imaginando desde la magia, para confundir el peligro del hambre.

Somos los pobres ahora en revolución y con el ejemplo vivo en el cuerpo, de ese inmenso congénere, ese convivito, ese que se la jugó en las malas y en las buenas con nosotros, ese que por nombre tuvo un nombre de los muertos que nos impusieron los poderosos de afuera, para seguir perpetuándose como clase nombrándose en nosotros: Hugo; que de ahora en adelante tendrá el nombre del movimiento, de lo que no está quieto, de lo que canta y pinta, de lo que suena y corre, de lo que moja y seca. Tendrá el nombre de como se nombre la vida en todos los idiomas y lenguajes de este planeta; cada vez que viaje el agua y el viento, en cada trueno y en cada luz del relámpago, en esos sonidos y esa luz, será nombrado, cada vez que se gima, se gruña, o se grite, estará su nombre como vida, porque nos enseñó a saber que existíamos en un territorio, que no era visible para los esclavos, que podíamos pensar y planificar como gente. Nos enseñó que podíamos tratar de tú a tú el afuera, con la fortaleza y convicción del adentro.


Estas conversas no están hechas por intelectuales, sin su desmedro, sólo que ellos en medio de su sabiduría, no quieren conversar con nosotros y los entendemos. Este decir a los coñazos, no está hecho por dueños, porque simplemente no les interesa; están muy ocupados contando y odiándonos, es su deber. Estas conversas es entre pobres que pretendemos averiguar ¿Cómo fue que ocurrió toda esta tragedia que generó el humanismo con sus hechos y sus conceptos? ¿Cómo podemos hacer para no seguir siendo pobres ya no como individuos sino como clase? Porque de las respuestas que nos demos, dependerá lo soñado. Lo claro hoy para nosotros, parafraseando al gran Tite Curé, es que: Esta revolución no queda ni a la derecha ni a la izquierda, sino en el centro de un pueblo bien legal.

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