Cuando despertamos de la pesadilla,
ya sabíamos que los humanos
nos habían soñado como esclavos,
en medio de su más plena y
maravillosa libertad.
Somos
los pobres. Nacidos hace más de quinientos años en este territorio, que
llamaron los de afuera, Venezuela. Aquí los foráneos y sus descendientes nos
instituyeron como esclavos. Sin duda nos sentimos hermanos, de los hermanos
esclavos de todo el planeta, no importa que se llamen o nos llamen: gerentes,
obreros, técnicos, científicos, campesinos, intelectuales, profesionales,
artistas; por encima de toda ideología nos reconocemos hermanos en la
explotación y las derivaciones que ello implica.
Pudimos
haber surgido en París o Pekín, en la Conchinchina o en Oporto, pero fue aquí
donde nos construyeron esclavos. En este territorio, nos arrancaron de raíz
todas las culturas que nos antecedieron y sólo nos queda el remedo y la posible
intracultura. Aquí los dueños nos herraron con nombres de muertos, nos
impusieron lenguaje, arte, religión, oficio, manera de pensar y trabajar,
visión del mundo, nos hicieron imitadores temerosos, buscando siempre la
aprobación del dueño, del amo, del foráneo con poder, adoradores compulsivos
del afuera, condenadores y negadores del adentro. Nos enseñaron la división y
el odio entre nosotros, la mentira y el engaño, el pensamiento mágico como
solución a cada problema, nos acostumbraron a la pedigueñería como modo de
vida, rebajándonos la dignidad casi a cero.
De
ellos aprendimos a robar y asesinar por necesidad y acumulación, nos enseñaron
el egoísmo, la prepotencia y, por sobre todas las cosas, la propiedad privada
hasta de la mirada; la que se nos metió en los tuétanos. De aquí se llevaron lo
necesario para acumular la riqueza, de aquí la riqueza para su parafernalia y
boato sin peste ni epidemias y, de allá, toda la miseria de la cultura
occidental se nos trasladó, contaminándonos hasta el paisaje. Pero lo que más
nos dañó, fue la capacidad para pensar con cabeza propia.
Aquí
la partida de nacimiento del capitalismo y su acta de defunción; aquí ya no más
la tierra plana, ni la existencia de dios; aquí su gran mina cuadriculada, sin
importar las sinuosidades vivas de los ríos, las honduras de las lagunas, ni la
altura de las montañas; para eso los mapas y las maquinarias aplanan. Aquí su
decadencia, su entierro.
Pero
aquí también, el nacimiento de la revolución del siglo XXI.
Y es
desde aquí, desde donde nos haremos universales como gente, donde nos
despojaremos de la esclavitud, aun cuando la guerra se libre en todo el
planeta, los ojos de los esclavos del
mundo están aquí, con sus sueños, cuerpos y cerebros; aquí los ojos de los
dueños con todo su odio y su deseo de exterminarnos.
Por
eso debemos inventar, porque sino la fuerza de la costumbre nos devolverá a sus
corrales. Porque copiar lo existente, sea de aquí o de afuera, nos mantendrá
esclavos, a menos que sigamos creyendo el cuento de la individualidad clase
media de que “a mí nadie me manda, yo soy libre” o que pensemos que la creación
es un acto mágico individual en donde nadie debe meterse, creencia de los
artistas burgueses. Partimos de que lo aprendido pertenece a la cultura
esclava, que tenemos como costumbre la aceptación de lo extranjero como lo
bueno, que nos incapacitaron para pensar como gente de este territorio, que no
podemos aceptar que somos de aquí, que necesitamos ser valorados desde el
afuera, que nos costó aceptar que Chávez era Chávez, que era como nosotros, que
siempre añoramos que fuera un blanquito, que nuestros ministerios están llenos de asesores de todo tipo, todos
ellos de otros países; no estamos en contra de que vengan a este territorio a
vivir la experiencia de la revolución que nos ocurre e involucra, lo que
deseamos es que nos acompañen desde la escardilla, el pico, el corazón, la pala
y la mente. No desde el lenguaje de poder que conocemos. (Entendiendo el aporte
a la seguridad del estado revolucionario)
Este
tiempo nos obliga a partir del adentro, tener la humildad de reconocer el no
saber, saber que cuando copiamos lo que sea sin el ser nosotros, sólo seremos,
ellos, lo copiado; no importa que tanto sea lo copiado, lo que importa es que
tanto es lo que hacemos. Para ser lo soñado, necesitamos inventar; ¿Qué sentido
tiene nombrar a Simón Rodríguez con su “inventamos o erramos” si no somos
capaces de pensar por cabeza propia?, ¿para qué decir chavista si todo lo
queremos imitar?, ¿para qué nombrar a Bolívar si las dificultades, el
desprendimiento y la voluntad, necesarias para emprender, nos asustan y
preferimos la comodidad de lo existente?
En
estas conversas-lecturas, no encontrarán orillas salvadoras, sino fango,
charco, barro, arena movediza, abismo oscuro o luminoso que encandila y
enceguece de la pura y simple ignorancia. Obstinación absoluta para pensarse de
otra manera.
Estas
conversas, es voz de pobres, por primera vez, no quejándonos, no lloriqueando,
no pidiendo, no adulando, no escondiendo, ni hablando el doble sentido de la
crueldad humorística para espantar el látigo cotidiano, ni emitiendo el grito
destemplado para superar la ignorancia del no sabernos, ni imaginando desde la
magia, para confundir el peligro del hambre.
Somos
los pobres ahora en revolución y con el ejemplo vivo en el cuerpo, de ese
inmenso congénere, ese convivito, ese que se la jugó en las malas y en las
buenas con nosotros, ese que por nombre tuvo un nombre de los muertos que nos
impusieron los poderosos de afuera, para seguir perpetuándose como clase
nombrándose en nosotros: Hugo; que de ahora en adelante tendrá el nombre del
movimiento, de lo que no está quieto, de lo que canta y pinta, de lo que suena
y corre, de lo que moja y seca. Tendrá el nombre de como se nombre la vida en
todos los idiomas y lenguajes de este planeta; cada vez que viaje el agua y el
viento, en cada trueno y en cada luz del relámpago, en esos sonidos y esa luz,
será nombrado, cada vez que se gima, se gruña, o se grite, estará su nombre
como vida, porque nos enseñó a saber que existíamos en un territorio, que no
era visible para los esclavos, que podíamos pensar y planificar como gente. Nos
enseñó que podíamos tratar de tú a tú el afuera, con la fortaleza y convicción
del adentro.
Estas
conversas no están hechas por intelectuales, sin su desmedro, sólo que ellos en
medio de su sabiduría, no quieren conversar con nosotros y los entendemos. Este
decir a los coñazos, no está hecho por dueños, porque simplemente no les
interesa; están muy ocupados contando y odiándonos, es su deber. Estas
conversas es entre pobres que pretendemos averiguar ¿Cómo fue que ocurrió toda
esta tragedia que generó el humanismo con sus hechos y sus conceptos? ¿Cómo
podemos hacer para no seguir siendo pobres ya no como individuos sino como
clase? Porque de las respuestas que nos demos, dependerá lo soñado. Lo claro
hoy para nosotros, parafraseando al gran Tite Curé, es que: Esta revolución no
queda ni a la derecha ni a la izquierda, sino en el centro de un pueblo bien
legal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario