En
noviembre de 2013 una carrera av. Bolívar - San Diego costaba ochenta bolos y
en febrero 2.014 llegó a tres cientos. ¿Cómo ocurre esto teniéndose el mismo
sueldo? Y no tenemos nada en contra de los taxis ni de los libres, más sí de
los esclavos; es sólo un ejemplo, por no hablar del papel de imprenta que fue
comprado a dólar preferencial y que en el mismo período noviembre-febrero haya
aumentado entre el seiscientos y seis mil por ciento, con el mismo precio del
dólar, que dolor.
Los
sabios hablan de la inflación, de las reservas, índices bursátiles, inversión
extranjera, las exportaciones e importaciones, crecimientos x donde Venezuela
está “solvente” más no excluyente, pues en verdad nunca nos dirán que es
imposible solucionar el problema de la economía si no empezamos por la causa.
Nadie
nos dice que es una economía de guerra y que, en una economía de guerra, es
imposible solucionar la corrupción, frenar la inflada inflación, evitar la
especulación o que los analistas no especulen, especulando en cómo frenarla y
además de solucionar la pobreza erradicarla… y pare usted de contar señor
contador. Porque la cultura del capitalismo, esta que supuramos a toda hora, lo
abarca todo, está en todo, refuerza y reedita todo y más cuando se es un país
mina.
Ahora
bien, si es economía de guerra dejemos quieto la conceptualidad y todos sus
templos que contienen la palabra economía (eikonomos = eicoñomo = eicomono =
ecoeco) y centrémonos en la guerra, que es el capitalismo: en estas latitudes
hace 500 años y por lo menos hasta el 1989 tenemos una guerra disímil,
invisible, ideológica, coñoemadremente disfrazada, con armas, ejércitos, con
héroes y sus medallas, sus generales, estrategias, películas, muchas películas,
pero sobre todo soldados, soldados y más soldados.
Haciéndonos
creer que la iglesia por ejemplo no tiene un ejército y que los carajos
centuriones pidepropina que están en el Vaticano, no son un ejército sino unos
cuida turistas. Que soldados son los uniformes, pero los obreros de las
hamburguesas, refrescos, computadoras, o los mega mega centros comerciales, no
lo son.
Así
queda por preguntarnos sólo detalles. Si es una guerra (es decir una economía
de guerra) ¿quién jode a quién? ¿Cómo va el juego? ¿Cuántos muertos, cuántas
batallas, cuál es el parte, a qué hora empezó, cuándo terminará? y toda esa
parafernalia que suelen escribir los escribanos, juglares, cantares y
amanuenses, de la guerra que amanecen escribiéndola. Esta guerra no se narra,
esta guerra se lleva parriba y pabajo, esta guerra no se acepta, no tiene, es
imposible que exista en ella, la palabra desertor. A menos que sea en la
juntura, pero esa es otra historia.
Si
esta guerra tiene de todo, contiene todo, esta guerra es el capitalismo. Tiene
líderes, tiene cobardes, tiene héroes, medalleros, tiene psicología, tiene
sociología, legionarios, tiene los Pedros, las Marías, la mugre y la lejía. Sí,
esta guerra incluye entonces a la economía, por eso mi don vivimos una economía
pero en una economía de guerra muy antigua; así usted ahorre o despilfarre. ¿Comprar
para solucionar? es imposible solucionar así, por más que hagamos soluciones en
esta economía de guerra, su agujero negro nos hará más pobre, a los pobres,
porque sirve para hacernos más pobres. Por eso invitemos a pensarnos y mosca si
invertimos en fortalecer al capitalismo y no al sueño.
En
esta guerra impuesta equivocarse juntos no es equivocarse
En
este plano de la revolución entramos en el tiempo de la inestabilidad
permanente. Lo inestable será lo estable de ahora en adelante. Debemos aprender
a vivirlo en conjunto, como clase, ya que individualmente nadie lo va a
soportar; tenemos que prepararnos, no podemos ir a ninguna batalla solos. Los
dueños no dejarán que tranquilamente dejemos de ser sus esclavos, por eso la
gran tarea de este tiempo es pensarnos los pobres de otra manera.
La
guerra que hoy nos imponen los ricos se acabará cuando dejemos de ser sus
soldados en cualquier bando.
Los
pobres somos una clase que no se ha pensado nunca y estamos obligados a
comunicarnos como clase, desde los intereses históricos que nos corresponde
asumir. A juntarnos, a ser iguales como clase, porque es juntos cómo asumiremos
la desagradable pero necesaria tarea de desarmar la guerra: principio y fin de
la cultura capitalista; y hay que aprender a vivir en ese marco, porque no hay
otra manera de plantearse el problema en este momento. Ocultarnos la verdad no
tiene ningún sentido porque se nos vuelve peligroso.
Las
grandes mayorías tenemos que saber que estamos en medio de una guerra que nos
impusieron los dueños del planeta, ellos lo saben, nosotros debemos saberlo,
porque el antiguo dicho se vuelve de moda: guerra avisada no mata soldado, y en
este caso todos los pobres del planeta somos los soldados.
El
objetivo de esta guerra es que los dueños del planeta necesitan exterminar a
las tres cuartas partes de la población para poder mantenerse en el poder, su
único objetivo. Y de ahora en adelante viviremos en el marco de esa guerra, y
vamos a tener que estudiarla diariamente a cada segundo: ¿cómo prepararnos? ¿Cómo
desenvolvernos? ¿Cómo construirnos? ¿Cómo comunicarnos dentro de eso? No
hablamos de informarnos sino de comunicarnos, lo cual pasa por organización,
trabajo, cómo vivir, cómo creamos los conceptos que nos permitan comprender y
asumir este momento histórico. Y tenemos que comunicarnos como gente en el
callejón, en la calle, en la escalera, tenemos que comunicarnos sí señor,
debemos reafirmarlo, para que se masifique la idea de abandonar la guerra, es
la tarea que nos toca en este momento, cuerpo a cuerpo en la calle, la conversa
con todos, el debate entre todos, el periódico para todos, la pancarta juntos,
el arte compartido y creado por nosotros.
Tenemos
que buscar el lenguaje de la intracultura, la canción campesina, la canción del
pescador, el sonido del callejón, esa es la intracultura que tenemos que hacer
que florezca en este momento, porque no podemos desbaratar esta guerra con las
voces del enemigo, con el canto del enemigo, con la visión y la aspiración del
enemigo, con la gestualidad del enemigo, con la forma del enemigo; estamos
obligados a fortalecernos con los cantos que vienen de la lejana carencia y que
nos han permitido deshacernos de tanto látigo, de tanta humillación, de tanta
lágrima, de tanta amargura. Dispongámonos a crear la otra palabra, la otra
cultura, con la alegría, con la invención que nos ha permitido sobrevivir a la
tragedia que nos impone con esta guerra la cultura capitalista.
Equivocarse
juntos no es equivocarse
Crear
una opción en el ámbito de la guerra que pueda desarmarla, una opción política
que esté por encima de la política tradicional, por un lado del palabrerío
demagógico, por otro la confrontación de choque, es lo que nos está proponiendo
la actual situación revolucionaria, porque en las acciones del gobierno no se está
hablando de pacifismo, de que no se está combatiendo, ni de que no vamos a
combatir, ¡no! El gobierno nos está diciendo que hay que aprender a combatir de
manera distinta. ¿Por qué nos dice eso? Porque la guerra, por guerra misma,
dentro de su antigüedad siempre será nueva, dijeron los estudiosos de la guerra
desde siempre, desde Sun Tzu para acá. Y por tal nueva, tenemos que
comprenderla y entenderla. Sí, las guerras siempre tendrán ejército, matarán
gente, sí, eso es verdad, pero esta guerra tiene algo distinto y es que una
parte de los combatientes tenemos la necesidad histórica de desaparecer como
clase y debemos hacerlo desde el conocimiento: somos los pobres que sabiendo
que con nuestra desaparición desaparecerá la cultura capitalista que nos convierte
en dueños y esclavos en medio de una férrea dictadura mundial, ejercida por el
humanismo.
¿Qué
debemos potenciar en este momento? Estamos obligados a potenciar esas claves
que está produciendo esta Revolución en el planeta. Eso es lo que estamos obligados
a potenciar y eso es lo que estamos obligados a estudiar, a investigar, a
experimentar, a decirnos como clase. ¿Que continuarán las bajas desde la clase?
¡Por supuesto! ¿Que habrá mercenarios y carros bombas? ¿Y va a seguir habiendo
atentados y van a volar puentes? ¿Francotiradores? ¡Sí! todo eso habrá y
debemos aprender a desarmar todas esas situaciones en la medida en que estemos
alertas. Estudiemos las situaciones, en la medida en que nos organicemos
creativamente desde el trabajo, juntos, y elaboremos métodos colectivos para
diluir las causas y no conformarnos.
Combatir
en el marco de cada situación, no en el marco tradicional, y a nosotros nos
dice la realidad que es desarmando la guerra que ella se gana para nosotros. No
para ellos. Ellos la guerra la ganan cuando gastan municiones, uniformes,
cuando gastan fusiles, cañones, misiles y matan gente.
Cuando
ponen a funcionar su maquinaria productiva, cuando nos asesinan como mercancía
de desecho. Ahí ganan ellos la guerra. Porque a ellos no les interesa quién
pierde, porque igual los muertos somos pobres de bando y bando, no les importa
quiénes mueran en esa guerra, ni cuántos, les sabe a mierda cuántos pobres
engrosamos las estadísticas fatídicas, porque siempre hemos sido un número para
el capitalismo, bien sea como mercancía productiva en la fábrica o como
soldados o como mercancía en desuso o daño colateral.
Siempre
seremos una estadística para la cultura capitalista. Porque los pobres vamos a
estar en aquel y en este bando. Ellos siempre ganarán la guerra. ¿Cómo nosotros
vamos a ganar la guerra? Cuando la desarmemos, cuando aprendamos a desarmar la
guerra. Chávez lo entendió desde un principio, y fortaleció esto para nosotros
poder pensarnos.
Seamos
uno con el directorio revolucionario, no podemos equivocarnos. Digamos
parafraseando al poeta Carlos Angulo: equivocarse juntos no es equivocarse.
Siempre
hablamos con el lenguaje de la guerra
Intentemos
hablar, porque hay como una tendencia a no saber lo que estamos obligados a
balancear siempre que hacemos algo. Hay una vaina con la que nos jodió
demasiado la cultura del capitalismo: es que nos negamos permanentemente, ese
no existir, ese no nombrarnos nosotros, es lo que hace que no valoremos el
trabajo, la acción, el poema que estamos elaborando en medio de la revolución.
Hacemos algo, celebramos y al otro día nos dividimos como si eso no se hubiese
hecho. Nunca lo analizamos como experiencia favorable.
Desde
el 1989 hasta hoy como pueblo y gobierno hemos realizado muchísimas cosas, pero
más ha podido la desmemoria y la propaganda de la cultura capitalista que la
realidad. Y es esa desmemoria junto a la propaganda de la cultura capitalista
lo que nos impide comprender, por ejemplo, que nunca más, aunque tumbaran al
gobierno, los escuálidos podrán gobernar a esta patria por el simple hecho del
cambio en la percepción de la realidad que hoy tenemos como pueblo.
Hagamos
el intento cotidiano de la valoración, nosotros estamos obligados, somos
protagonistas como pueblo. ¡Es un hecho histórico el del 1989, no es cualquier
cosa! Estamos quebrando quince mil años de poder en la historia. Le estamos
metiendo la uña hasta el fondo a la cultura capitalista. Por primera vez en
este planeta los pobres nos reunimos a pensar, no a ser presas de un ejército,
no a ser carne de cañón. Eso tiene una valoración impresionante y no lo estamos
entendiendo. Pero si eso no lo valoramos nos devolvemos a la invisibilidad de
la esclavitud en que hemos vivido, a leer su historia, sus libros, a ver sus
imágenes, sus poemas y sus canciones, y al final seguir siendo carne de cañón y
tinta con la que terminan escribiendo su historia.
Hay
que hacer un esfuerzo para que cuando discutamos, construyamos y fortalezcamos
la memoria que jamás hemos tenido como pueblo. Cuando se dice: la historia del
pueblo venezolano es generales que mandan a matar gente, europeos adueñándose
de mares, de ríos[1] y de vainas, gringos
llevándose el petróleo, los otros robándose el coltán, el uranio, los otros
trayendo tecnología y deteriorando la tierra. Eso es lo que está de fondo
cuando hablan de nuestra historia y nosotros nos tragamos el cuento de que es
verdad que esa es nuestra historia. ¡No! Historia es la que hagamos y
controlemos, la que decidimos. ¿Cuándo se detiene? ¿Cómo se detiene? Por
ejemplo, en esta guerra en la que estamos ahorita ¿estamos nosotros imponiendo
esta guerra? ¡No! Nos están imponiendo esta guerra y como siempre lo están
haciendo desde Europa, porque incluso hasta EEUU pasó a un segundo plano. Son
los dueños del planeta los que nos están imponiendo esta guerra.
Los
pobres no controlamos misiles
Ya
sabemos que son las transnacionales las que nos están imponiendo esta guerra,
independientemente del país de donde la dirigen o creemos que dirigen. Es el
sistema que está imponiendo una guerra más. ¿Cuándo decidimos, cómo participar
en el marco de esa guerra que no sea como carne de cañón? Pues si tenemos
conocimientos de que nos están imponiendo una
guerra, debemos planificar cómo participar. Porque ahí sí sería nuestra
decisión. Ahí es donde tenemos que definir qué hacemos. Sin morder el peine de
los dueños para obligarnos a combatir en su guerra.
Muchos
de los que nos llamamos revolucionarios no nos damos cuenta cuánto servicio le
hemos prestado de gratis a los dueños por nuestro miedo disfrazado de
“valentía” y “radicalidad” revolucionaria, pero sin ningún soldado que nos
siga, sin entender lo irresponsable que podemos ser cuando escribimos, por
nuestro desespero, por querer acabar rápido con la situación, pero sin intentar
crear en ese marco, sin reunirnos con nadie, pretendiendo ser los comandantes
internet, exigiéndole al gobierno que haga la tarea que nos corresponde, cuando
el gobierno está empeñado responsablemente en la suya.
Pero
cuántos nos hemos preguntado ¿por qué no conocemos la historia? por ejemplo,
que millones y millones de obreros y campesinos de este planeta hemos servido
de carne de cañón de todas las guerras y todas han sido guerras sustentadas
ideológicamente en la justicia, todas guerras dirigidas por personas muy buenas
y altruistas, personas de altos ideales y de intereses superiores, en nombre de
la humanidad, siempre supuestamente para favorecernos. Nosotros no nos hemos
preguntado eso. Nunca nos damos cuenta que después de cada guerra los dueños
acumulan más riquezas. Todos sabemos que cuando los pobres vamos a la guerra
arrasamos con todo, pero no preguntamos ¿quién hace la escopeta con la que
disparamos? ¿Quién hace la bomba? ¿El avión? ¿De quién es el misil? ¿Quiénes
son realmente los dueños de la guerra?
Claro
que provoca salir a disparar, porque el miedo no es fácil soportarlo, el miedo
hace que matemos y nos maten, el miedo hace que generemos odio y nos
convirtamos en valientes, huyendo hacia el enemigo, y eso lo saben los dueños
de la guerra, que a fin de cuenta son los dueños del planeta.
Nos
toca pensar, la rabia, el odio no nos sirven, el odio y la rabia nos convierten
en carne de cañón, porque así como disparamos nos dispararán. Eso es muerto
para allá y muerto para acá, indistintamente del bando, siempre los pobres
seremos los muertos. Porque nosotros con una ametralladora no le daremos al que
está dirigiendo la guerra desde sus mansiones, los pobres no controlamos los
botones de la guerra.
La
disyuntiva de nosotros como clase, es pensarnos o nos siguen matando y usando
como esclavos.
Estamos
obligados a decidir en este momento histórico. O seguimos siendo esclavos o
eliminamos las condiciones que nos produce.
La
guerra nuestra de cada día
La
guerra, la guerra. Para ella las plazas y las avenidas, para ella los mares y
los ríos, las montañas, valles y sabanas, para ellas la gente, los demás
animales, minerales y árboles, para ella las bibliotecas y los museos, para
ella los alimentos y el conocimiento. No hay nada en la organización de la
cultura capitalista que no esté atravesada por la guerra, que no sea y
pertenezca a la guerra, sus religiones, su aparato escolar, su maquinaria de
salud, su arte, su deporte, su comida, todo absolutamente todo, es una
derivación de la guerra, es un servicio de la guerra.
Veamos
el lenguaje: competir, combatir, atacar, disciplinar, formar, ordenar, avanzar,
enfrentar, superar, tomar, someter, invadir alinear y muchísimas otras
expresiones son usadas en todos los aceres cotidianos de la cultura
capitalista, sin que nos preocupemos en cuestionarlos, si nos preocupáramos un
poco en un ejercicio, agregaríamos muchos otros vocablos y comprenderíamos
mejor de lo que hablamos.
Observemos
las construcciones, la arquitectura de la guerra: urbanizaciones, escuelas,
cuarteles, manicomios, cárceles, cementerios, todas imitaciones de las
fábricas, perdón de la organización de la guerra en la cultura capitalista.
También lo conseguimos en el transporte, en la siembra masiva o monocultivo, en
la pesca industrial, en todo está la guerra.
Pero
donde la guerra es nuestra arepa de cada día es en la fábrica, el perfecto
cuartel en donde diariamente los dueños rescatan el botín llamado plusvalía
donde millones de mujeres y hombres, esclavos soldados, somos exprimidos,
heridos y dados de baja, cotidianamente, las fábricas son las mayores
productoras de muertos que jamás guerra tradicional alguna haya producido, ni
siquiera las dieciochomil cruentas guerras en la historia de la tragedia, ha
producido la cantidad de muertos, heridos, discapacitados y dados de baja como
lo ha hecho la fábrica.
La
fábrica justificada por el humanismo es la perfecta maquinaria de guerra que
los trabajadores tenemos como decisión política en medio de una revolución que
abandonar, para pensar otra cultura donde ella no sea posible, no temamos
conversar o pensar, seamos radicales en el pensamiento y audaces en la acción.
La
cultura de la guerra no puede ser más la manera de vivir. Vamos juntos a diluir
el odio.
Vamos
juntos a diluir el odio
Estamos
claros que esta guerra es igual a todas las guerras, su objetivo es el poder,
verdad de catedral. La única diferencia es, como dice Sun Tzu en El arte
de la guerra, “la guerra es muy antigua, por eso siempre será nueva”.
Estamos
frente a una modalidad de guerra en donde las trincheras son difusas, donde el
principal frente es el cerebro colectivo.
Las
transnacionales han logrado apoderarse en Venezuela del cerebro clase media,
potenciando el miedo, uno histórico con una casi incurable carga de años,
salvajemente explotado y usado a conveniencia, hasta lograr convertirlo en odio
irracional, imposible de curar.
Sólo
por la vía de la disolución en el tiempo se desarma el dispositivo de odio que
hace que cualquier acto de guerra, de parte de las fuerzas que pugnan por
cambiar, se convierta en detonante, y que estas masas enfermas, en estado
demencial, produzcan su propia muerte, al destruirse en una vorágine que sacie
el odio fabricado.
Debemos
aislar, en función de saber preservar la vida, a aquellos que tratan de generar
y propagar más odio.
Frente
a eso, la propuesta es juntarnos y juntar a todo aquel que trabaje con el arte,
la palabra, y la música, para crear diseños que contribuyan al objetivo de
diluir el odio. A todos los organizados en distintos gremios, a todos los
productores, en general, a todo el pueblo.
El
Estado o Directorio Revolucionario ha actuado de acuerdo con esta situación,
desenmarañando cada situación difícil (como el caso de las jugadas magistrales
de negociar la entrega de López y acordonar con mujeres policías una concentración)
que a todas luces, y con el concurso de agitadores y provocadores entrenados,
organizados y pagados por los verdaderos interesados, fácilmente pudo desbocar
y provocar el objetivo de guerra: la guerra total, la Venezuela muerta y
postrada.
Pero
esta guerra, por las propias características actuales de su novedad, ya no
involucra sólo a los ejércitos y sus colaboradores, o al aparato del Estado,
sino que su objetivo es el asesinato de las tres cuartas partes del planeta,
aquellos que ven en la gente, mercancía viva y que llaman eufemísticamente daño
colateral; esa cómoda guerra de los dueños del mundo que buscan la eliminación
del estado burgués en cualquiera de sus variantes en todo el planeta porque ya
no les sirve para sus planes de máximo control dictatorial.
Es a
la gente a quien toca asumir la responsabilidad de diluir el odio, de evitar
que los dueños construyan ejércitos con nuestras filas; es vital para eso
mantener la unidad real de nosotros como pueblo, condición fundamental para
evitar que se desate la guerra fratricida, civil, a distancia (proxy war, o
sea, la llaman en el Pentágono): la muerte sin distinción es su objetivo
primordial. La guerra de poltrona y paltó.
Es
verdad que podemos arrasar al este en un día de furia, ¿pero cuántos años nos
durarán las consecuencias de estas acciones? El Comandante nos enseñó a
esquivar el odio hasta en los momentos que parecían imposibles, decirse
chavista y no aplicar sus máximas prácticas es un contrasentido: y no estamos
hablando de poner otra mejilla, sino de saber combatir.
Debemos
profundizar las tareas de organización, de propaganda e inteligencia popular
(sí, de esa, y de la otra también) fundamentalmente en el seno de los barrios,
campos y pueblos, explicando la situación, organizando conversas, en función de
la comprensión amplia, real y total de esta (nueva) situación (así lo de
“nuevo” no sea tan obvio), alertando con informaciones precisas a toda la
población.
En
medio del marasmo, la verdad nos sostendrá como revolucionarios. Y una verdad
se ejecuta en juntos, en nosotros.
Los
que puedan entrar en las redes sociales deben hacerlo, pero entendiendo que no
es el principal foco para diluir el odio, sino que debe hacerse con mucho
cuidado, evitando terminar siendo presa de lo que queremos diluir.
Siempre
hay que recordar que más propensos estamos a la guerra de confrontación que a
trabajar por diluir las condiciones que la producen; héroe no será en esta
guerra quien más disparos realice, sino quien mas desactive situaciones de
guerra.
[1] Solamente en Venezuela han desparecido desde la llegada de los
europeos mas de dos mil ríos, de los cuales setecientos eran navegables.
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